martes, 18 de agosto de 2015

De amor y desamor: Ausencia

Volví a sentirme vacío.

El espejo devolvía tu imagen
y no estabas.

El aroma de tu piel,
que tantas veces embriagó mi alma,
sacudió la memoria dormida
y sentí en mis labios, otra vez, aquel beso.

Vana ilusión. No estabas.

Aquella sendita iluminada
que tantas veces nuestros ojos recorrieron
ha venido a saludarme;
cansada de bailar con el paso del tiempo
fue hasta el espejo y, al volver, hízome un guiño.

O quizás fui yo.

Cerré la puerta, por la que siempre entraba,
¿recuerdas?,
con la yema de mi dedo
y ella se escondió, 
se fue, como tú, de repente.

Abrí de nuevo la puerta
y volvió
y ejecutó de nuevo sus pasos de danza
y permanecí absorto, como hipnotizado,
lo que me pareció toda una eternidad.

Sentí que llegaba la hora de su marcha,
parecía no querer dejarme solo
pero notaba como se desvanecía por momentos
hasta que desapareció.

Las sombras se apoderaban,
una vez más,
del espacio que fue nuestro;
el paso del tiempo ya no jugaba,
no había caminito
y en el espejo solo el reflejo
de unos ojos cansados, enrojecidos y llorosos.

Los míos.

Mis ojos, vacíos y apagados,
perdida la vida que un día tuvieron,
lloran tu ausencia
mientras buscan, en vano,
el contacto de tu mirada.

Tus ojos ya no me miran,
ni me siguen por el cuarto,
ni refulgen como estrellas.
Tus ojos tan solo viven
enmarcados en un lienzo,
pálido reflejo de lo que un día fueron.

Ángel F. García
14 de marzo de 2014

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